Desperté en un catre en casa de mi abuela con tremenda resaca. Me bañé, me puse la ropa y los zapatos del día anterior. Fui a casa de mi madre. Me puse un biquini y metí en la mochila un pantalón de esos de hacer ejercicios, una enguatada, un libro que estaba leyendo hacía días y una caja de cigarros. Ella me hizo un disco volador de queso y leche con mermelada de guayaba. Desayuné y le di un beso, como si fuera a la esquina, pero le dije que iba a ver si me iba del país, aunque a lo mejor regresaba en un ratico. Lo había intentado ya unas cuantas veces.
El domingo habíamos estado jugando dominó y tomando ron en casa de unos vecinos. Un matrimonio llegó a ofrecernos un barco. Era como la cuarta vez que intentaban hacerse al mar. Cada vez que trataban, se les llenaba el bote de gente que nada tenía que ver con el viaje y un barquito de treinta y siete pies no aguantaba mucho.
Este lunes tampoco fue diferente. Cuando llegamos a la base pesquera de Caibarién, medio pueblo estaba ahí. El barco estaba a unos ciento cincuenta pies de la orilla y los que ya estaban dentro empuñaban palos y machetes para impedir que se subieran gente que no estaba en “el viaje”.
En ese momento se podía ir el que quisiera pues ya lo había autorizado el dueño de la isla -a raíz del maleconazo.
Los guardafronteras preguntaron quiénes eran los que se iban y nos pidieron el carné de identidad. Algunos se lo dieron. Yo lo tenía en la mochila pero les dije que no lo había traído, que en el país al que iba no te lo pedían cada dos por tres.
Una señora mayor gritaba, por favor, llévense a mi hijo.
Uno de mis vecinos se metió al agua y fue hasta el barco a ver que hacíamos. Regresó y dijo que teníamos que subirnos debajo del puente del predraplén que iba a Cayo Santa María. Ahí ya estaban las mujeres con niños, pues después del hundimiento del 13 de marzo, no permitían que subieras a un bote o una balsa con menores.
Nos alejamos de la base en grupo. El medio pueblo nos seguía en bloque. Doblamos a la derecha y todos lo hicieron. A la izquierda y también. Así muchas cuadras. Los seguidores disminuían a cada doblada. De pronto apareció el carro del padre de uno de los que estaba en “el viaje”. Era de los años cincuenta, aunque no sabría decirles de que marca.
Nosotros éramos como veinte y nos metimos todos al coche, que de pronto, no se podía mover.
Al final nos dividimos en dos grupos. Todo eso en minutos.
El primer grupo salió de la ciudad tomando la carretera que va hacia Yaguajay. Yo iba ahí. Nos siguieron unos cuantos en bicicleta hasta que logramos dejarlos atrás.
Llegamos al puente del pedraplén y bajamos a reunirnos con las madres y los niños. El carro se fue y regresó al rato con el resto del grupo. En ese mismo momento llegaba el barco, que trató de pegarse a la orilla artificial y el techo chocó con el puente. Pero subimos todos, rapidísimo. De pronto la tierra se alejaba y yo miraba unas palmas mientras pensaba si algún día volvería, si este viaje nos llevaría a nuestro destino, si regresaría en unas horas –como le había dicho a mi madre-, o si terminaría unos meses en Guantánamo. Ya en ese entonces, para tratar de parar el éxodo masivo, Clinton había decidido que a los balseros los llevaran para allá.
El señor que conducía el barco tenía casi setenta años y había sido pescador desde los nueve. Conocía cada cayito del norte de Caibarién y se metió entre ellos hasta detenerse en una ensenadita, dónde esperaríamos el anochecer.
Comimos algo. Jugamos dominó. Hicimos café. Algunos hasta nos bañamos en el mar.
Llegó la noche y nos subimos al barco casi sin ver.
Seguimos alejándonos de Cuba hasta estar rodeados de un mar que parecía infinito. Nunca he visto un cielo tan lleno de estrellas.
Por ahí hay unas corrientes que no recuerdo como se llaman; pero sí que nos hacía sentir que el barquito cabalgaba sobre las olas. Íbamos bastante callados y empezamos a acomodarnos para turnarnos y dormir un poco. No era fácil, pues sumábamos treinta y ocho. Treinta y dos adultos y seis niños.
*** Hoy estoy de cumple. Hace quince años que salí de Cuba en un barco.
El domingo habíamos estado jugando dominó y tomando ron en casa de unos vecinos. Un matrimonio llegó a ofrecernos un barco. Era como la cuarta vez que intentaban hacerse al mar. Cada vez que trataban, se les llenaba el bote de gente que nada tenía que ver con el viaje y un barquito de treinta y siete pies no aguantaba mucho.
Este lunes tampoco fue diferente. Cuando llegamos a la base pesquera de Caibarién, medio pueblo estaba ahí. El barco estaba a unos ciento cincuenta pies de la orilla y los que ya estaban dentro empuñaban palos y machetes para impedir que se subieran gente que no estaba en “el viaje”.
En ese momento se podía ir el que quisiera pues ya lo había autorizado el dueño de la isla -a raíz del maleconazo.
Los guardafronteras preguntaron quiénes eran los que se iban y nos pidieron el carné de identidad. Algunos se lo dieron. Yo lo tenía en la mochila pero les dije que no lo había traído, que en el país al que iba no te lo pedían cada dos por tres.
Una señora mayor gritaba, por favor, llévense a mi hijo.
Uno de mis vecinos se metió al agua y fue hasta el barco a ver que hacíamos. Regresó y dijo que teníamos que subirnos debajo del puente del predraplén que iba a Cayo Santa María. Ahí ya estaban las mujeres con niños, pues después del hundimiento del 13 de marzo, no permitían que subieras a un bote o una balsa con menores.
Nos alejamos de la base en grupo. El medio pueblo nos seguía en bloque. Doblamos a la derecha y todos lo hicieron. A la izquierda y también. Así muchas cuadras. Los seguidores disminuían a cada doblada. De pronto apareció el carro del padre de uno de los que estaba en “el viaje”. Era de los años cincuenta, aunque no sabría decirles de que marca.
Nosotros éramos como veinte y nos metimos todos al coche, que de pronto, no se podía mover.
Al final nos dividimos en dos grupos. Todo eso en minutos.
El primer grupo salió de la ciudad tomando la carretera que va hacia Yaguajay. Yo iba ahí. Nos siguieron unos cuantos en bicicleta hasta que logramos dejarlos atrás.
Llegamos al puente del pedraplén y bajamos a reunirnos con las madres y los niños. El carro se fue y regresó al rato con el resto del grupo. En ese mismo momento llegaba el barco, que trató de pegarse a la orilla artificial y el techo chocó con el puente. Pero subimos todos, rapidísimo. De pronto la tierra se alejaba y yo miraba unas palmas mientras pensaba si algún día volvería, si este viaje nos llevaría a nuestro destino, si regresaría en unas horas –como le había dicho a mi madre-, o si terminaría unos meses en Guantánamo. Ya en ese entonces, para tratar de parar el éxodo masivo, Clinton había decidido que a los balseros los llevaran para allá.
El señor que conducía el barco tenía casi setenta años y había sido pescador desde los nueve. Conocía cada cayito del norte de Caibarién y se metió entre ellos hasta detenerse en una ensenadita, dónde esperaríamos el anochecer.
Comimos algo. Jugamos dominó. Hicimos café. Algunos hasta nos bañamos en el mar.
Llegó la noche y nos subimos al barco casi sin ver.
Seguimos alejándonos de Cuba hasta estar rodeados de un mar que parecía infinito. Nunca he visto un cielo tan lleno de estrellas.
Por ahí hay unas corrientes que no recuerdo como se llaman; pero sí que nos hacía sentir que el barquito cabalgaba sobre las olas. Íbamos bastante callados y empezamos a acomodarnos para turnarnos y dormir un poco. No era fácil, pues sumábamos treinta y ocho. Treinta y dos adultos y seis niños.
*** Hoy estoy de cumple. Hace quince años que salí de Cuba en un barco.
4 comments:
Felicidades! Eres Virgo! Porque salir de Cuba es como nacer de nuevo. Algo asi como lo que pasa en la pelicula Polstergeist, en la que se atraviesa de una dimension a otra.
Dorven Dorta
Felicidades Veronica, un abrazo.
Alcides
Vero, me has hecho llorar, este tipo de anécdota tiene ese efecto en mi. Somos contemporáneas, yo salí en avión días después que tú saliste de Cuba. Felicidades en tu segundo cumpleaños. Quizá regresemos juntas, esta vez en el mismo vuelo. Un beso mi hermanita y otra vez felicidades!!!!
Niurki
Si, es algo raro Dorven, sobre todo las primeras horas fuera del barco, que anda uno medio mareado.
Alcides y Niurki, abrazos y gracias!.
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