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Wednesday, September 9, 2009

Hace quince años. 8 de septiembre (Día 4)


Otro amanecer. Esta vez la tierra si estaba cerca. Pregunté si era Cayo Hueso y El Gato dijo que no, que era Cayo Maratón, que ahí vivían sus hijos.

Nos empezaron a pasar por el lado yates lindísimos y con gente limpia a bordo. Todos nos saludaban y algunos preguntaban algo que era un poco obvio por la pinta que traíamos... Cubans? Cubanos?

A las ocho y media amarramos el barco a un muellecito chiquito, a la orilla de un condominio. Varias personas nos miraban y /o nos saludaban desde los balcones.

Alguien se acercó y nos dijo que no bajáramos hasta que no llegaran los guardafronteras, que ya les habían avisado. Otra vez el miedo a la base de Guantánamo. Demasiado alboroto, demasiada alegría haber llegado por fin, unos trepaban al techo, otros caminaban hasta la proa. Yo me senté en la baranda de atrás del barco y no decía ni una palabra. Miraba alrededor. Había muchas banderas norteamericanas de todos los tamaños. Estaba viva.

De pronto traqueó el techo. Miré hacia adelante y vi que se partía. Me tiré al piso. Muchos cayeron al mar y otro se tiraron a sacarlos. Yo me quedé ayudando a una prima mía a la que el techo al caer le había golpeado en la espalda.

Después de eso empezamos a bajar a tierra. Enseguida vino un helicóptero y se llevó a mi prima, que se había fracturado la columna. Los vecinos nos dieron leche, refrescos, agua, pan, muffins. En medio del desayuno llegaron los guardafronteras y uno alto que parecía el jefe nos dijo “Bienvenidos a tierras de libertad”. Me puse a llorar.


La foto:
Key Colony, extremo este de Cayo Maratón. De ese muelle amarramos el barco; y en ese claro desayunamos y nos dieron la bienvenida.

Hace quince años. 7 de septiembre (Día 3)

Como a las diez de la mañana seguía nublado el cielo y encrespado el mar. Se pusieron a cocinar un arroz con jaiba para los mayores y una sopa con cuadritos de sazón de pollo para los niños. Hicieron café. Otra vez jugamos dominó. Salió un poco el sol y caminamos a ver si había algún árbol para protegernos, pero los arbustos eran muy bajitos.

Yo pensaba en esas películas en que la gente se queda en una isla y las cosas se les van acabando. No veía la hora de salir de ahí. Por suerte la estadía no duró mucho más y como a las cuatro empezamos a recoger, cantamos el himno nacional –creo que fue idea de mi padre- y nos subimos al yatecito.

Yo dormí bastante, pero recuerdo que a cada rato despertaba y veía barcos inmensos pasando a nuestro lado y a algunos de los hombres haciéndole señales de fuego desde la proa con un palo al que le enrollaron ropa en la punta y le untaron un poco de petróleo. En una de esas vi luces. Pregunté y me dijeron que era Cayo Hueso. Pregunté la hora y eran las dos de la mañana.

Cuando desperté otra vez las luces seguían en el mismo sitio. Me dijeron teníamos mar de leva, o lo que era lo mismo, la corriente del golfo estaba encaprichada en no dejarnos avanzar. Por eso habían estado haciéndole señales a los barcos que nos pasaban cerca. Temían que no alcanzara el combustible. De pronto se apagó el motor. Eso tampoco sé cuanto duró. Dice mi padre que fue como una hora. Yo creo que con la corriente aquella, si hubiese sido tanto tiempo, hubiésemos terminado en Cancún.

Tuesday, September 8, 2009

Hace quince años. 6 de septiembre (Día 2)

Empezaba a amanecer cuando pasamos entre Cayo Sal y Cayo Anguila. Eso quería decir que ya habíamos salido de las aguas territoriales cubanas y que por primera vez era libre. No sabía nadar, pero que importaba, si el sol era una bola naranja sobre el horizonte, y yo tenía la tranquilidad de haber salido del infierno.

Celebramos el evento como podíamos en medio del mar, con un cigarro, un abrazo, una sonrisa y dándole las gracias a los santos de nuestras estampitas.

De pronto vimos algo parecido a un corral lleno de gente flotando en el mar. Remaban demasiado rápido hacia nosotros y alguien gritó que le metieran toda la velocidad al motor, mientras otro explicaba que seguro eran balseros piratas. Fueran piratas o no, nuestro barco no aguantaba las quince o veinte personas que navegaban en aquella balsa.

Seguimos navegando hacia el nordeste, tratando de alejarnos de la zona dónde pensábamos navegaban más guardafronteras norteamericanos a la búsqueda de balseros que serían rescatados y conducidos a Guantánamo.

Alrededor del mediodía ya al Gato -que era como le decían al señor mayor que conducía el bote- le parecía que habíamos ido demasiado hacia el Atlántico. Así que se sentó en la baranda, un pie en el mar y otro en el timón, y cambió el rumbo hacia el oeste.

Yo traté de tomarlo con calma. Me quité la blusa para quedarme con la parte de arriba del biquini y me senté con mis primas a fumar en la parte de atrás del barco. ¿Y si habíamos gastado demasiado combustible?

Serían como las tres cuando empezamos a navegar paralelos y al sur de una cadena de cayitos que eran puro diente de perro. Estaban muy pegados entre ellos y era casi imposible atravesarlos y seguir hacia el norte sin llegar hasta el extremo oeste de ellos. El agua era de un verde-azul precioso y tan transparente que se veían los pliegues de las rocas en la parte de ellas que se sumergía. Un paisaje aterrador y hermoso.

Como a las cuatro de la tarde amarramos el bote a una roca, en la entrada de una ensenada al sur de uno de los cayos más grandes. Los hombres se pusieron a recorrerlo y regresaron con los restos de una nevera que tenía agua lluvia acumulada. Las mujeres se pusieron a cocinar, los muchachos a bañarnos en la playa y los que conducían el barco a escuchar las noticias en un radio portátil.

En la radio advirtieron que la probabilidad de tormenta para el Estrecho de la Florida era alta. No quedaba mucho de sol y atravesar por entre los cayos para cortar camino era un riesgo que no podíamos tomar. No había mucha profundidad y las probabilidades de encallar eran también altas. Decidimos quedarnos a dormir en el cayo.

Oscureció y algunos nos acomodamos como pudimos entre las rocas. Un grupo hizo una fogata que me hacía pensar demasiado en Guantánamo. Otros se fueron al barco.

Empezó a caer tremendo aguacero y fuimos más en el barco. El mar se fue picando más y más. En una de esas, el bote se zafó de dónde lo habían amarrado y empezó a dar golpes contra las rocas. Una de mis primas se quería tirar al mar. Yo le decía que yo iba a esperar, al fin y al cabo no sabía nadar. Que fuera lo que fuera.

Casualmente, ella había ido al camarote a orinar en un tibor que hacía de inodoro y, al salir, había chocado con un cuadro de la Virgen de la Caridad que colgaba de la puerta. En vez de ponerlo en su lugar, lo había colocado sobre el motor. Vi el cuadro moviéndose, miré al cielo y todo estaba negro, de pronto rojo, naranja, amarillo. Empezaba a amanecer y no sabía que tiempo habíamos estado dando tumbos ni como habían logrado amarrar el bote otra vez a las rocas. Pensé en las personas que habíamos visto navegando en aquella especie de corral. Sólo un milagro podía haberlos salvado.

Saturday, September 5, 2009

Hace quince años. 5 de septiembre (Día 1)

Desperté en un catre en casa de mi abuela con tremenda resaca. Me bañé, me puse la ropa y los zapatos del día anterior. Fui a casa de mi madre. Me puse un biquini y metí en la mochila un pantalón de esos de hacer ejercicios, una enguatada, un libro que estaba leyendo hacía días y una caja de cigarros. Ella me hizo un disco volador de queso y leche con mermelada de guayaba. Desayuné y le di un beso, como si fuera a la esquina, pero le dije que iba a ver si me iba del país, aunque a lo mejor regresaba en un ratico. Lo había intentado ya unas cuantas veces.

El domingo habíamos estado jugando dominó y tomando ron en casa de unos vecinos. Un matrimonio llegó a ofrecernos un barco. Era como la cuarta vez que intentaban hacerse al mar. Cada vez que trataban, se les llenaba el bote de gente que nada tenía que ver con el viaje y un barquito de treinta y siete pies no aguantaba mucho.

Este lunes tampoco fue diferente. Cuando llegamos a la base pesquera de Caibarién, medio pueblo estaba ahí. El barco estaba a unos ciento cincuenta pies de la orilla y los que ya estaban dentro empuñaban palos y machetes para impedir que se subieran gente que no estaba en “el viaje”.

En ese momento se podía ir el que quisiera pues ya lo había autorizado el dueño de la isla -a raíz del maleconazo.

Los guardafronteras preguntaron quiénes eran los que se iban y nos pidieron el carné de identidad. Algunos se lo dieron. Yo lo tenía en la mochila pero les dije que no lo había traído, que en el país al que iba no te lo pedían cada dos por tres.

Una señora mayor gritaba, por favor, llévense a mi hijo.

Uno de mis vecinos se metió al agua y fue hasta el barco a ver que hacíamos. Regresó y dijo que teníamos que subirnos debajo del puente del predraplén que iba a Cayo Santa María. Ahí ya estaban las mujeres con niños, pues después del hundimiento del 13 de marzo, no permitían que subieras a un bote o una balsa con menores.

Nos alejamos de la base en grupo. El medio pueblo nos seguía en bloque. Doblamos a la derecha y todos lo hicieron. A la izquierda y también. Así muchas cuadras. Los seguidores disminuían a cada doblada. De pronto apareció el carro del padre de uno de los que estaba en “el viaje”. Era de los años cincuenta, aunque no sabría decirles de que marca.

Nosotros éramos como veinte y nos metimos todos al coche, que de pronto, no se podía mover.

Al final nos dividimos en dos grupos. Todo eso en minutos.

El primer grupo salió de la ciudad tomando la carretera que va hacia Yaguajay. Yo iba ahí. Nos siguieron unos cuantos en bicicleta hasta que logramos dejarlos atrás.

Llegamos al puente del pedraplén y bajamos a reunirnos con las madres y los niños. El carro se fue y regresó al rato con el resto del grupo. En ese mismo momento llegaba el barco, que trató de pegarse a la orilla artificial y el techo chocó con el puente. Pero subimos todos, rapidísimo. De pronto la tierra se alejaba y yo miraba unas palmas mientras pensaba si algún día volvería, si este viaje nos llevaría a nuestro destino, si regresaría en unas horas –como le había dicho a mi madre-, o si terminaría unos meses en Guantánamo. Ya en ese entonces, para tratar de parar el éxodo masivo, Clinton había decidido que a los balseros los llevaran para allá.

El señor que conducía el barco tenía casi setenta años y había sido pescador desde los nueve. Conocía cada cayito del norte de Caibarién y se metió entre ellos hasta detenerse en una ensenadita, dónde esperaríamos el anochecer.

Comimos algo. Jugamos dominó. Hicimos café. Algunos hasta nos bañamos en el mar.

Llegó la noche y nos subimos al barco casi sin ver.

Seguimos alejándonos de Cuba hasta estar rodeados de un mar que parecía infinito. Nunca he visto un cielo tan lleno de estrellas.

Por ahí hay unas corrientes que no recuerdo como se llaman; pero sí que nos hacía sentir que el barquito cabalgaba sobre las olas. Íbamos bastante callados y empezamos a acomodarnos para turnarnos y dormir un poco. No era fácil, pues sumábamos treinta y ocho. Treinta y dos adultos y seis niños.


*** Hoy estoy de cumple. Hace quince años que salí de Cuba en un barco.

Wednesday, August 26, 2009

La odisea de Euclides Rojas

Por: Angel Torres


(...)
Cuando el ex jonronero cubano José Canseco visitó la Base Aeronaval de Guantánamo en octubre de 1994, relató que entre los miles de cubanos presentes se encontraba Rojas en compañía de su esposa María y de su hijo Euclides de dos años de edad. Al respecto Canseco exclamó emocionado: “El pudo haber sido el que salió de la Isla esclava y yo el que me encontrara ahora en su lugar”.

Euclides recuerda y agradece la visita de Canseco, al igual que la de su amigo René Arocha, Rubén Sierra, Alex Rodríguez, Willie Chirino, Gloria Estefan y otros que fueron a brindar un poco de alegría a los balseros.
Desde entonces la situación cambió notablemente para Rojas, quien gracias a su pequeño hijo pudo viajar a los Estados Unidos junto a su esposa, donde su ex compañero de equipo en Cuba, René Arocha, de los Cardenales de San Luis en aquel momento, se convirtió en su patrocinador.

(...)

Rojas con 6 pies de estatura y 190 libras de peso, nació el 25 de agosto de 1967 en La Habana y comenzó a destacarse como “apaga-fuegos” de los Industriales en 1983, cuando contaba solamente 16 años de edad. En 1987 pasó a formar parte de la Selección Nacional Cubana de Béisbol y con ella lanzó en los Juegos de Buena Voluntad de Seattle en 1990. Impuso una marca en los torneos cubanos de 60 partidos con 15 salvados en 1993. Hasta el momento de su huida, mantenía marca de 90 juegos salvados, 68 victorias, 31 derrotas y 2.39 carreras limpias permitidas en 342 salidas al montículo.

Desde su visita a Seattle, el serpentinero cubano había decidido escapar del sistema oprobioso que desgobierna a Cuba, pero los compromisos familiares se lo impedían. El hecho de que su madre, esposa e hijo no pudieran salir, lo ataron hasta que su mamá le recomendó que no desaprovechara una nueva oportunidad.

Esta se presentó cuando el gobierno cubano autorizó construir balsas y a los descontentos lanzarse al mar a raíz de los acontecimientos acaecidos en el Malecón de La Habana, donde miles de manifestantes protestaron por las calles de la capital cubana, provocando que el tirano comprendiera la necesidad de crear una válvula de escape para aliviar su precaria situación.

Pronto miles de cubanos se lanzaron al mar, poniendo en peligro sus vidas en busca de libertad, pero confrontaron la desagradable sorpresa de ir a carenar a la Base de Guantánamo, de donde poco a poco lograron salir todos cumpliendo sus ansias de independencia.

La odisea de la familia se inició en agosto de 1994, cuando navegando en una frágil embarcación con 17 personas a bordo, el motor dejó de funcionar a solamente cinco millas de la costa cubana. Los cuatro hombres a bordo incluyendo a Rojas, comenzaron a remar el resto del camino, hasta que fueron recogidos cinco días después por un guardacostas norteamericano a 23 millas de la Florida.

Durante el trayecto vieron muchas balsas a la deriva o volcadas y se produjo un increíble acontecimiento, cuando se enfermó uno de los niños a bordo de la improvisada nave, quien fue atendido por un médico que viajaba en otra de las docenas de balsas que les acompañaban. El doctor al momento de su viaje aprovechó para llevar consigo algunos antibióticos que posiblemente le salvaron la vida al pequeño.


Toda la historia en Palmar del Junco.
Foto de Euclides Rojas, Equipo Habana 1994 tomada de El Duque de Cuba.

Tuesday, August 4, 2009

5 de agosto del 94

Foto de Karel Poort*


Ese día estaba en Caibarién, un pueblo pesquero al norte de Villa Clara, o Las Villas, como quieran llamarle. Pasé el día en la playa y al final de la tarde, al llegar a una casa que unos primos tenían alquilada, la dueña nos contó que en La Habana, la gente se había tirao' pa' la calle y que Fidel iba a hablar en la televisión en un rato.

Tremenda alegría que sentí. Aunque Fidel dijera lo que dijera y la represión no se hizo esperar, era una luz en alguna parte del túnel. A mis 22 años no había vivido nada semejante... el pueblo cubano pedía libertad.

Yo me iba esa noche del país, pero el viaje no se dio porque medio pueblo estaba "cazándole la pelea" al barco y fue imposible abordarlo. Cansados de esperar nos subimos en la parte de atrás de un camión de carga y fue mucha la gente que se montó. Todos pensaban que nos dirigíamos a otro sitio para poder llegar al barquito que supuestamente nos traería hasta Estados Unidos.

Cuando llegamos a la salida de Caibarién el chofer del camión paró y aclaró que iba para Placetas y que sólo haría una parada en Remedios. Aún así, la gran mayoría se quedó y como era tarde, no les quedó otra que caminar de vuelta, pues después de las 12:00AM no trabajaban las guaguas en aquella época.

Nadie habló mucho más del maleconazo por allá en los días que siguieron. Todos estaban demasiado ocupados en salir del país. Entre amigos y familiares seguíamos las noticias por La cubanísima y Radio Martí -que era el único modo de seguir de cerca aquella crisis-, mientras jugábamos dominó y consumíamos chispaetren para que los días… pasaran.

Fidel dijo que se podía ir todo el que quisiera, que ellos no cuidarían las fronteras. Ese fue el principio del fin del éxodo del 94. Se veía venir una contramedida de EEUU. Entonces Clinton anunció lo de Guantánamo y ese día en Remedios había apagón, pero a la 1:00PM vino la luz para que todos pudiéramos sintonizar las emisoras “enemigas” y enterarnos de cuál era la próxima parada. No sé por que tengo la impresión de que luego pusieron Ya viene llegando y empezamos a llorar mi tío y yo. Quince años después todavía no acaba de llegar.

* Les recomiendo ver el resto de las fotos (inéditas) en Desarraigos Provocados.