Otro amanecer. Esta vez la tierra si estaba cerca. Pregunté si era Cayo Hueso y El Gato dijo que no, que era Cayo Maratón, que ahí vivían sus hijos.
Nos empezaron a pasar por el lado yates lindísimos y con gente limpia a bordo. Todos nos saludaban y algunos preguntaban algo que era un poco obvio por la pinta que traíamos... Cubans? Cubanos?
A las ocho y media amarramos el barco a un muellecito chiquito, a la orilla de un condominio. Varias personas nos miraban y /o nos saludaban desde los balcones.
Alguien se acercó y nos dijo que no bajáramos hasta que no llegaran los guardafronteras, que ya les habían avisado. Otra vez el miedo a la base de Guantánamo. Demasiado alboroto, demasiada alegría haber llegado por fin, unos trepaban al techo, otros caminaban hasta la proa. Yo me senté en la baranda de atrás del barco y no decía ni una palabra. Miraba alrededor. Había muchas banderas norteamericanas de todos los tamaños. Estaba viva.
De pronto traqueó el techo. Miré hacia adelante y vi que se partía. Me tiré al piso. Muchos cayeron al mar y otro se tiraron a sacarlos. Yo me quedé ayudando a una prima mía a la que el techo al caer le había golpeado en la espalda.
Después de eso empezamos a bajar a tierra. Enseguida vino un helicóptero y se llevó a mi prima, que se había fracturado la columna. Los vecinos nos dieron leche, refrescos, agua, pan, muffins. En medio del desayuno llegaron los guardafronteras y uno alto que parecía el jefe nos dijo “Bienvenidos a tierras de libertad”. Me puse a llorar.
Nos empezaron a pasar por el lado yates lindísimos y con gente limpia a bordo. Todos nos saludaban y algunos preguntaban algo que era un poco obvio por la pinta que traíamos... Cubans? Cubanos?
A las ocho y media amarramos el barco a un muellecito chiquito, a la orilla de un condominio. Varias personas nos miraban y /o nos saludaban desde los balcones.
Alguien se acercó y nos dijo que no bajáramos hasta que no llegaran los guardafronteras, que ya les habían avisado. Otra vez el miedo a la base de Guantánamo. Demasiado alboroto, demasiada alegría haber llegado por fin, unos trepaban al techo, otros caminaban hasta la proa. Yo me senté en la baranda de atrás del barco y no decía ni una palabra. Miraba alrededor. Había muchas banderas norteamericanas de todos los tamaños. Estaba viva.
De pronto traqueó el techo. Miré hacia adelante y vi que se partía. Me tiré al piso. Muchos cayeron al mar y otro se tiraron a sacarlos. Yo me quedé ayudando a una prima mía a la que el techo al caer le había golpeado en la espalda.
Después de eso empezamos a bajar a tierra. Enseguida vino un helicóptero y se llevó a mi prima, que se había fracturado la columna. Los vecinos nos dieron leche, refrescos, agua, pan, muffins. En medio del desayuno llegaron los guardafronteras y uno alto que parecía el jefe nos dijo “Bienvenidos a tierras de libertad”. Me puse a llorar.
La foto: Key Colony, extremo este de Cayo Maratón. De ese muelle amarramos el barco; y en ese claro desayunamos y nos dieron la bienvenida.