Wednesday, June 3, 2009

De las memorias madrileñas de Enrique del Risco

Amablemente, Enrique del Risco me ha hecho llegar un fragmento de sus memorias de Madrid, inéditas.


Trámites

Seis meses me tomó llegar a Madrid. La última fase del viaje, la del avión, había sido corta. Apenas siete horas. Lo que demoró fue el viaje hasta el aeropuerto: seis meses dedicados sin descanso a atravesar la densa burocracia cubana. El viaje empezó con una carta de invitación. La enviaba la hermana de Cleo que vivía en Alemania desde hacía un par de años. De hecho enviaba dos. Cada una de las cartas le había costado 160 dólares o 28 veces mi salario en aquellos días. En realidad cada una de las cartas invitándonos a viajar a Alemania y comprometiendo al que la enviaba con correr con todos los gastos venía firmada por una persona diferente: una por la hermana de Cleo y otra por una amiga de ella. Para que las autoridades cubanas nos dejaran salir a los dos al mismo tiempo debíamos hacer todos los trámites de manera independiente, como si no tuviéramos nada que ver el uno con el otro.
Y los trámites eran largos.
Ahora que lo pienso en realidad no fueron muchos documentos los que tuvimos que conseguir. Apenas cuatro.
-Autorización del centro laboral.
-Permiso de salida.
-Pasaporte.
-Visa.
Pero para obtener cada uno de esos documentos fueron necesarios todos los trámites y viajes que caben en seis meses. Iba a decir “infinitos trámites” pero seis meses no son el infinito aunque pueden parecerlo.
Como era graduado universitario debía obtener una autorización del centro laboral. Se suponía que era un viaje turístico de un mes por Alemania pero así era el reglamento. Yo, que en aquél entonces trabajaba en el cementerio, tuve que ir a pedirle al administrador que me firmara una carta autorizándome a viajar. El administrador, era un tipo hosco de bigote espeso al que yo no le simpatizaba demasiado pero tampoco era que me odiara a muerte. En cuanto pude localizarlo firmó la carta sin hacer demasiadas preguntas. Quizás lo aliviara verme partir. Lo que sí no creo es que tuviese muchas esperanzas de que regresara. En esos días a los que regresaban de un viaje al extranjero le daban un diploma de reconocimiento por su fidelidad a la patria y la verdad es que no tenían muchas oportunidades de concederlos.
Le di las gracias. Todavía se las doy.
El próximo paso fue obtener la firma de la dirección municipal de Servicios Comunales. La secretaria del director había estudiado conmigo en la universidad y me prometió que se encargaría de que su jefe la firmara lo más pronto posible. Y cumplió. Bastaron dos viajes: uno para llevar la carta y otro para recogerla. Luego tuve que llevarla a la dirección provincial de Servicios Comunales. Hasta allí tuve que ir varias veces. El jefe nunca estaba o se le olvidaba firmar la carta. En uno de las visitas a la oficina escuché en la radio de la secretaria una canción de NG la Banda, la orquesta del momento, que se burlaba discretamente de la última ocurrencia del gobierno en materia alimenticia. El picadillo de soya. En realidad era algo peor de lo que suena. Un revoltijo oscuro que despedía un tufo ácido insoportable. Un día a alguien se le cayó un poco de picadillo crudo en la escalera de un edificio que visitaba y parecía mierda de perro. Picadillo de soya, masa cárnica, perro sin tripa, pasta de oca: nombres para que cuando te tragaras aquello pensaras que tenía alguna remota conexión con la proteína animal, algo para disimular su aspecto de mierda de perro. Otras tantas buenas razones para conseguir aquellas firmas e irse de una buena vez. Luego tuve que llevar la carta a su última estación, a la Asamblea Nacional del Poder Popular porque mi supuesto viaje de placer de un mes a Alemania necesitaba la firma del Presidente del Parlamento cubano. Ese mismo Presidente no hace mucho defendió la necesidad de las autorizaciones porque si todo el mundo tuviera derecho a viajar “la trabazón que habría en los aires del planeta sería enorme”. La cita es –lamentablemente- textual. Pero en lo personal no tengo quejas. A los pocos días pude recoger la autorización firmada por el presidente del parlamento nacional de que podría viajar a Alemania.
De los cuatro trámites que tuve que hacer en esos seis meses ese fue, con distancia, el más corto y sencillo.

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No pienso contar en detalle el resto de los trámites por los que pasé para conseguir los papeles que nos faltaban. Fueron decenas de viajes en esos seis meses a la embajada alemana y a la oficina de inmigración. A la embajada alemana íbamos en busca de la visa. A la oficina de inmigración íbamos en busca del pasaporte y el permiso de salida que esta vez se llamaba justamente permiso de salida. Porque Cuba está regida por un lenguaje secreto que hace que a la mierda de perro se le llame pasta de oca y oficina de inmigración a la oficina que se ocupa casi exclusivamente de trámites de emigración. Lo más parecido a inmigrantes que conocí en Cuba en mis casi 28 años de vida allá eran hijos de guerrilleros latinoamericanos o parientes de etarras. Gente distinta a la que secretamente envidiábamos por algunos pequeños privilegios que en esos días parecían inmensos: acceso a mejores mercados, a una música más variada y sobre todo a historias fuera del alcance de nuestra imaginación sometida a una dieta perpetua de contactos con el resto del mundo. Y a esa altura de los años noventa hasta los hijos de guerrilleros empezaban a marcharse a cualquier sitio que pudieran porque en eso también llevaban ventaja: no tenían que usar pasaportes cubanos.
A la embajada o a inmigración llegábamos en bicicleta, el único medio de transporte fiable en esos días, para enterarnos que siempre nos faltaba un papel más que debía ser emitido por el otro sitio de nuestras peregrinaciones. Una vez fui desde el cementerio hasta la oficina de inmigración sólo para enterarme que todos los empleados, funcionarios del ministerio del interior, estaban en el cementerio celebrando algún aniversario de la muerte de alguien.
Cuando ya creía haber terminado todos los trámites en la oficina de inmigración alguien fue a dejarme una citación a mi abuela para que me presentara allí. Desde hacía cinco años que vivía en casa de Cleo pero a los efectos oficiales mi lugar de residencia era la casa de mi abuela. En un país con disfunciones semánticas tales que las oficinas de inmigración tramitaban casi exclusivamente casos de emigración no se puede hacer menos que reciprocar el gesto y declarar que se vive en un sitio distinto al real. Una precaución que hasta entonces había probado ser eficaz. Usando direcciones distintas Cleo y yo habíamos podido hacer nuestros trámites por separado y así evitar que nos asociaran. “Yo creo que el hombre se dio cuenta de que no vivías aquí” me dijo mi abuela al darme el papel que señalaba el día y la hora de la cita.
Se había dado cuenta. Fue lo primero que me dijo cuando me presenté ante él en la oficina de inmigración. No traté de explicarme demasiado en un país donde muchísima gente por cualquier razón vive en un lugar distinto del que está registrado. Los tiempos estaban cambiando. Ya las autoridades no tenía poder suficiente para confirmar cada dato in situ. Debían conformarse con lo que uno les dijera y hacer pasar su impotencia como un acto de generosidad. Él era la autoridad. No se presentó como empleado de la oficina sino como oficial de la Seguridad del Estado. Las cosas no podían andar bien. Bastaba la mención de “la Seguridad” para tener buenas razones que el viaje a Madrid acababa de terminar. Que me citara un oficial de la seguridad sólo podía significar que había un problema y que ese problema era yo. Nos sentamos frente a frente. En medio había una mesita escolar. Entonces empezó el interrogatorio.
Primera pregunta: ¿has vivido alguna vez en Marianao?
Respuesta: No.
Primera pregunta: ¿te piensas quedar?
Respuesta: No.
No me pregunten por qué eligió esas dos preguntas para iniciar el interrogatorio. Quizás pensó que la primera me desconcertaría y a la segunda confesaría toda la verdad. Quizás alguna vez le había funcionado con algún niño pequeño pero debo confesar que no quedé muy impresionado con el sistema. La siguiente pregunta fue un poco más difícil. Me preguntó que por qué pensaba regresar. Esa es una pregunta que sin pretenderlo acerca a interrogador e interrogado a un acuerdo tácito. En la Cuba de 1995 no es necesario buscarle razones a la partida, tan abundantes pueden ser. Lo único que necesita explicación es el regreso. No me resultó difícil dárselas porque eran las mismas que había usado algún amigo para disuadirme. Le hablé de proyectos en los que estaba envuelto, del guión de una película que estaba escribiendo, de mis mismos amigos, de una novia. No creo que me haya creído. Por esa época se habían ido militares, escritores, estrellas del béisbol llamadas a romper récords nacionales, cineastas y hasta agentes de la seguridad como él mismo. A él le bastaba con cumplir con las formas y a mí también. Me preguntó entonces si al regreso estaría a dispuesto a contar todo lo que había visto en mi viaje.
-Por supuesto que pienso contarle a mis amigos todo lo que he visto cuando regrese –dije poniendo mi mejor cara de idiota.
-No me refiero a eso. Te pregunto si estás dispuesto a contarnos a nosotros todo lo que veas en Alemania.
Dije que sí y me jodió hacerlo. Todavía me incomoda.
No creo que él se creyera que había la más remota esperanza de que alguien que se había comportado de manera tan ladina frente a él, tan poco entusiasta en colaborar en realidad pensara en el regreso. Pienso que estaba ahí para recordarme que tenían poder suficiente como para obligarme a decir que sí con independencia de lo que pensara. Que podían impedirme que viajara en cualquier fase del largo proceso. Quizás sólo se tratara de llenar las formas tal y como yo había cumplido con las mías. O tal vez estaba tomando una clase de lenguaje corporal y quería comprobar los gestos de alguien cuando miente como un bellaco.
No me fui de esa oficina satisfecho de haber sorteado más o menos bien el interrogatorio. Pedaleaba mi bicicleta por la avenida de Boyeros preguntándome si la pregunta sobre si había vivido en Marianao tenía que ver con un incidente hacía una semana atrás. Había ido a despedirme de una amiga en Marianao y el marido al enterarse del motivo de mi visita se había puesto a discutir conmigo. Tenía un puesto estratégico en el sector del turismo, esos que se le otorgan a los tipos confiables. Y en Cuba el único modo de ser absolutamente confiable es que seas un soplón. Que estés amarrado a ellos por algo más sólido que los principios o las buenas intenciones. Necesitan una garantía más firme y esa es el alma y nada mejor para entregar el alma que la complicidad más abyecta. Y sabiendo eso fui lo suficientemente estúpido para ponerme a discutir con aquél tipo a sólo dos semanas de mi salida. Pero a pesar de que había puesto en peligro el viaje lo que más me molestaba –y eso puede dar una idea de quién era yo en aquellos días- era que me habían forzado a aceptar que colaboraría al regresar cuando no tenía la más mínima intención de volver.

12 comments:

Anonymous said...

Demoledor testimonio.

Güicho said...

Memorias habaneras aún. Muy ilustrativas.

raul¿ciro? said...

Hola, Verónica, un besito.
Me tengo prohibido comentar estas lecturas. Puede que sí, este sea el último, no sé:
Enrisco, hermano, te quiero mucho. Si todo sale bien, ya te lo he dicho, te haremos una visita la agente Su y yo pasado septiembre. Además, está demostrado, si se es sincero, honesto y hasta simpático, todo se puede contar y hasta cantar, mira que cosa... El que quiera oir que escuche, hay mucho que contar, y jode..., duele. Justa condena.
Curioso, el remedio de nuestros males, "colaborar": Padre, no he pecado, ¿me sigue?.
Otro besito, Vero.

no retorno said...

Anonymous Bonus Crack

¡OH, NO! said...

Koniec.




Cast:
RaúlCiro
RaúlCiro
RaúlCiro
RaúlCiro
RaúlCiro
RaúlCiro(el de Hernández Gómez)

Hector.Luna said...

No es una hazaña lo que cuenta Risco pero siempre es interesante saber el cuento de cómo un preso se escapa de la cárcel (cárcel=isla de Cuba)

Saludos

Evidencias said...

Güicho, si, son habenerísimas. Imagínate los trámites para alguien que vive en el interior, que tiene que rentar uno de los dos carros que hay en el pueblo -de esos de los 50- buscar un lugar donde quedarse en La Habana, etc. Daría para dos post, ja.

Después de leer este pasaje y refrescando la memoria, como aconseja Enrique en su blog, siento un alivio enorme de no haber pasado por eso y venir en barco. Puede sonar como un disparate, pero mi viaje no fue de horror. He escuchado historias terribles de muchos que han venido por esa vía y lo mío termina siendo crucero.

Mis trámites se limitan a meses de viajes fallidos, búsqueda de brújulas, de mapas de la costa, conspiraciones bajo música alta con ron y dominó, barcos en los que nunca subimos por no llegar a tiempo o porque muchos le “cazaban la pelea” y resultaba imposible abordar. En fin, al menos no tenía que pedir permisos ni esperar a que me los dieran.

Raúl Ciro, ya se te extrañaba. Otro besito.

Héctor, no creo que Enrique lo cuenta en tono hazaña, sólo intenta rescatar “la (mala) memoria”, como él mismo dijera en su blog.

Enrisco said...

Ruli: pues se te espera por aca. no hay tema con eso. sera un placer pero trata de llegar antes de que el frio se ponga muy pesado (a mediados de noviembre).
Hector: por supuesto que no es una hazaña. es la rutina cubana. pero esa rutina a otros les resulta incomprensible (empezando por los hijos de uno, sin ir mas lejos). por eso me tomo el trabajo de contar mi caso particular que no es mejor ni peor que el de otros pero al menos lo conozco bien.
Gracias a todos.

Anonymous said...

PSSSSSSS,hey...el de la foto con CASTRO...CHIVATONZOOOOOON!!!!YEGUAZA!!!!
MASHENKA

ziromemo said...

Vero, Enrique, estoy contento, me he comprado en una subasta un vídeo VHS ntsc y una cámara antigua Hi8. Retomaré lo de 1996 al 99, qué lujo.
Coño, que te dije en septiembre, cuando acabe en el cine.
Ah, y cualquiera usa photoshop, yo tengo una con Cheburashka, pero buena, buena.
Si no te parece excesivo, Vero, al pasar por "el cementerio" te llamo y quedamos, si puedes, pa tomar unos batidos. Claro, claro, irá también mi Su, la Susana, y si puede ser Félix, Sigryd, Osorio Mercedes, Jorge Molina y Ana.
Besos pa los dos.

Evidencias said...

Ziro, me encanta el batido. Sobre todo el de mamey.
Un abrazo,

Evidencias said...

Ziro, me encanta el batido. Sobre todo el de mamey.
Un abrazo,