Los 15 de Yania
Mi sobrina es una negra casi tan alta como Michelle Obama y con una voz parecida a la de Amy Winehouse. Se llama Yania Betancourt García y este 3 de junio cumple 15 años.
Desde 2003 vive en la apacible ciudad de Lucerna, Suiza, junto a su madre y su abuela. Cursa el octavo grado en una secundaria A, donde estudian los alumnos con mejores notas. En sus ratos libres, canta junto a un grupo de adolescentes, con su voz profunda y timbres inconfundibles de sus ancestros africanos.
El grupo musical, su aula y sus amigos, son como una pequeña ONU: tamiles, serbios, croatas, filipinos, suizos… y ella, una cubana nacida en 1994, en pleno período especial, en la barriada de La Víbora, Ciudad de La Habana.
Aún la recuerdo, cómo no, con su cara redonda y sus cachetes inflados, jugando en el pasillo de la casa. Era una niña tranquila, educada y de buen comer. Le gustaba ver muñequitos por la televisión y películas de Walt Disney en el cine.
Cuando se marchó de Cuba, el 25 de noviembre del 2003, era la única que estaba alegre, como suele estar una niña de 9 años, excitada ante una inminente aventura. Fue la última en despedirse de mí. Luego desapareció junto a mi madre y mi hermana, por la puerta que da acceso a la sala de viajeros en el aeropuerto habanero.
En la soledad de mi habitación me pregunto cuándo podré volver a verla. A menudo pienso en ella y lo acertado de la dura elección del exilio tomada por mi madre, Tania Quintero, de marcharse de su patria junto a su nieta y su hija, mi hermana.
En Cuba había escaso futuro para Yania. Sobre todo al ser nieta y sobrina de dos periodistas independientes que convivían con ella en la misma casa. Ahora mismo, me parece estar viéndola, en sus 15, en esta Habana deslucida y sucia, celebrando su cumpleaños en nuestro destartalado apartamento. Cantándole Felicidades frente a un cake barato, probablemente bajo la amenaza de un temporal (el 1 de junio se inicia la etapa ciclónica). Y si el dinero hubiera alcanzado, una cursi tanda de fotos en poses ridículas, guión casi obligado para las muchachitas que cumplen 15 años en esta desfasada isla.
Al día siguiente, volver a la escuela, donde en los matutinos a coro gritan la utópica consigna de “Pioneros por el comunismo, seremos como el Che”, mientras, un profesor emergente y mediocre lee a todo pulmón una “reflexión del compañero Fidel”.
Aunque al terminar la secundaria hubiera sido la mejor de su curso —y tal vez hubieran pasado por alto su convivencia con “dos contrarrevolucionarios”— la única opción de estudiar bachillerato, hubiera sido una beca en un preuniversitario en el campo, alternando clases con labores agrícolas bajo un sol de espanto. Infiernos chiquitos donde los adolescentes pierden su virginidad y empiezan a conocer drogas y sicotrópicos.
No. No hubiera deseado ese futuro para mi sobrina. En Lucerna vive con limitaciones, pero es una chica sensible y bien informada, que ya habla cuatro idiomas. Si se lo propone, puede llegar adonde quiera. Tiene talento y un amplio abanico de opciones que le permiten romper las ataduras reales —y mentales— de las personas que nacieron y vivieron en países del Tercer Mundo. Sé que lo va a lograr. Y no será un número rojo de las familias que viven en el umbral de la pobreza en naciones desarrolladas.
En lugar de la tradicional “fiesta de 15″, habitual rito en el país que la vio nacer, Yania compartirá una pequeña tarta de chocolate al lado de su madre y su abuela en su modesto piso en un barrio de inmigrantes de Lucerna. Después escucharán música o verán televisión y, como todos los días, alrededor las 11 de la noche se irán a la cama.
Con este post desde La Habana, Yania, te hago mi regalo de cumpleaños. Sigue admirando a Michelle Obama y cantando como Amy Winehouse. En Suiza tienes lo que en Cuba no hubieras tenido. Podrás lograr lo que te propongas. Si alguien se lo merece, ésa eres tu, mi querida sobrina.
Desde 2003 vive en la apacible ciudad de Lucerna, Suiza, junto a su madre y su abuela. Cursa el octavo grado en una secundaria A, donde estudian los alumnos con mejores notas. En sus ratos libres, canta junto a un grupo de adolescentes, con su voz profunda y timbres inconfundibles de sus ancestros africanos.
El grupo musical, su aula y sus amigos, son como una pequeña ONU: tamiles, serbios, croatas, filipinos, suizos… y ella, una cubana nacida en 1994, en pleno período especial, en la barriada de La Víbora, Ciudad de La Habana.
Aún la recuerdo, cómo no, con su cara redonda y sus cachetes inflados, jugando en el pasillo de la casa. Era una niña tranquila, educada y de buen comer. Le gustaba ver muñequitos por la televisión y películas de Walt Disney en el cine.
Cuando se marchó de Cuba, el 25 de noviembre del 2003, era la única que estaba alegre, como suele estar una niña de 9 años, excitada ante una inminente aventura. Fue la última en despedirse de mí. Luego desapareció junto a mi madre y mi hermana, por la puerta que da acceso a la sala de viajeros en el aeropuerto habanero.
En la soledad de mi habitación me pregunto cuándo podré volver a verla. A menudo pienso en ella y lo acertado de la dura elección del exilio tomada por mi madre, Tania Quintero, de marcharse de su patria junto a su nieta y su hija, mi hermana.
En Cuba había escaso futuro para Yania. Sobre todo al ser nieta y sobrina de dos periodistas independientes que convivían con ella en la misma casa. Ahora mismo, me parece estar viéndola, en sus 15, en esta Habana deslucida y sucia, celebrando su cumpleaños en nuestro destartalado apartamento. Cantándole Felicidades frente a un cake barato, probablemente bajo la amenaza de un temporal (el 1 de junio se inicia la etapa ciclónica). Y si el dinero hubiera alcanzado, una cursi tanda de fotos en poses ridículas, guión casi obligado para las muchachitas que cumplen 15 años en esta desfasada isla.
Al día siguiente, volver a la escuela, donde en los matutinos a coro gritan la utópica consigna de “Pioneros por el comunismo, seremos como el Che”, mientras, un profesor emergente y mediocre lee a todo pulmón una “reflexión del compañero Fidel”.
Aunque al terminar la secundaria hubiera sido la mejor de su curso —y tal vez hubieran pasado por alto su convivencia con “dos contrarrevolucionarios”— la única opción de estudiar bachillerato, hubiera sido una beca en un preuniversitario en el campo, alternando clases con labores agrícolas bajo un sol de espanto. Infiernos chiquitos donde los adolescentes pierden su virginidad y empiezan a conocer drogas y sicotrópicos.
No. No hubiera deseado ese futuro para mi sobrina. En Lucerna vive con limitaciones, pero es una chica sensible y bien informada, que ya habla cuatro idiomas. Si se lo propone, puede llegar adonde quiera. Tiene talento y un amplio abanico de opciones que le permiten romper las ataduras reales —y mentales— de las personas que nacieron y vivieron en países del Tercer Mundo. Sé que lo va a lograr. Y no será un número rojo de las familias que viven en el umbral de la pobreza en naciones desarrolladas.
En lugar de la tradicional “fiesta de 15″, habitual rito en el país que la vio nacer, Yania compartirá una pequeña tarta de chocolate al lado de su madre y su abuela en su modesto piso en un barrio de inmigrantes de Lucerna. Después escucharán música o verán televisión y, como todos los días, alrededor las 11 de la noche se irán a la cama.
Con este post desde La Habana, Yania, te hago mi regalo de cumpleaños. Sigue admirando a Michelle Obama y cantando como Amy Winehouse. En Suiza tienes lo que en Cuba no hubieras tenido. Podrás lograr lo que te propongas. Si alguien se lo merece, ésa eres tu, mi querida sobrina.
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