Los españoles tuvimos una dictadura de 40 años. En mis ya 30 años de pacífica existencia, por suerte transcurridos completamente bajo un sistema democrático, jamás he oído hablar de historias de "diálogo" con Franco, ni mucho menos que el exilio republicano hubiese pensado nunca en una "reconciliación" con el dictador mientras duró su exclusión del territorio nacional. Que yo sepa nadie quiso "tender puentes".
El relato que hemos aprendido del franquismo está trufado de un rechazo indiscutible a lo que fue y representó el franquismo. Y está bien que así sea, cualquier dictador merece mi más enérgico de los desprecios, todo aquel elemento que limite arbitrariamente, y fuera de todo sentido común, la libertad individual de los ciudadanos de cualquier país genera en mí un profundo sentimiento de rechazo.
Pero volvamos al tema del "diálogo" con dictadores y pensemos por qué razón el exilio cubano tiene que plantearse esa posibilidad cuando, por ejemplo, el exilio republicano español no se lo planteó. ¿Por qué en cambio el exilio cubano, que huyó de una asfíxia política similar que se produjo en España, debe aceptar a su verdugo como interlocutor? ¿Por qué se elogia la lucha contra una dictadura y se repudia la batalla contra otra?
No sólo tenemos que tragar con esa desagradable clasificación jerárquica que nos ha impuesto la izquierda europea entre las dictaduras de derechas y las de izquierdas: las primeras son el infierno mientras que las segundas el paraíso con su Alicia. También los exilios y las disidencias parecen ser distintas: el exilio de las dictaduras de derechas es elogiado y exaltado (no juzgo si justa o injustamente), por contra, el exilio de las dictaduras de izquierdas, como es el caso del cubano, es negado, vilipendiado y menospreciado hasta extremos vergonzantes.
Puestos a clasificar, en el caso cubano, estaría bien establecer también una división entre aquellos que apoyan a los movimientos opositores, y que se posicionan a favor de una evolución de la isla hacia la democracia, frente aquellos que, en cambio, promueven la asimilación de la dictadura por parte del exilio y los opositores. Es decir, los unos están a favor de la libertad y del progreso, y los otros a favor de que la dictadura no se acabe de marchar, de la regresión y, de alguna manera, del "¡Trágala, perro!". Sí, ese "Trágala" (*) que se ha cantado tanto en España y en diferentes situaciones políticas podría ser hoy plenamente vigente para el caso cubano.
En esta semana de "los muros" es estupendo ver que cada cual ve uno donde más le conviene. Algunos son más citados que otros. En Cuba existe un muro infranqueable por todos sus ciudadanos, uno natural de agua y tiburones, y otro político e ideológico, que establece permisos de entrada y salida al país según convenga al régimen, que habilita o inhabilita pasaportes de cubanos en el exterior y en el interior en función de su comportamiento político en el extranjero o en territorio nacional, impidiendo entrar o salir. No es un muro muy conocido, ni del que se hable a menudo. Pero mal vamos si pretendemos obviarlo. Y mucho peor si queremos disfrazarlo.
Joan Antoni Guerrero Vall(*)
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