Cartas de Yamil a Marleny. (OLPL)"Good morning, mi flaca bella", "Hello, muñeca preciosa", "I love you sooo much": frases comunes repetidas en cada epístola, bitácora del dolor en un spanglish tierno desde la cárcel, con emoticones pintados a mano y el nombre de "Marlene" encabezando el papel (incluso antes de la fecha) como una marca de agua. De agonía. Reportaje al pie del amor. A ras de una huelga de hambre.
Son cartas cruzadas entre dos jóvenes en la Cuba de hoy. Marleny González Rodríguez (31), abandonada al aire libre de nuestra ciudad capital, y su pareja Yamil Domínguez Ramos (37), cubano con ciudadanía norteamericana, quien desde finales de 2007 purga diez años de condena en el Combinado del Este (en régimen de máxima severidad) por "tráfico de personas".
El 14 de mayo se cumple un mes desde que Yamil dejó de comer. Ha perdido más de 20 kilogramos. Sólo bebe agua. Y algunas vitaminas y pastillas solidarias (por parte de sus compañeros de cárcel) para paliar el dolor de cabeza y la acidez estomacal, calambres mentales y gástricos que remiten a una sintomatología peor: cadena de depauperaciones vitales que él insiste en arrastrar hasta la muerte o la libertad (parece una consigna, pero no hay demagogia en el discurso de un hombre que le dice a Dios y al Estado: Stop).
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Yamil Domínguez Ramos, protagonista de un guión común, pasó mil y un trabajos para "triunfar" en los Estados Unidos de América (todo exilio es tortura, pero tozudo). Con el paso del tiempo, como tantos nacionales de clase hard-working fuera de Cuba, se graduó de algo en alguna universidad, escaló económicamente, ejerció la propiedad privada en primera persona, rehizo su vida doméstica y afectiva, visitó su patria de cuando en cuánto (Cuba cuesta en hard currency), y reclamó a parte de la familia dejada atrás. Su biopics parecía apuntar a que existe una sobrevida a la Cuba de la Revolución. Pero entonces se compró un yate (el Róbalo, talismán de este drama: hay nombres que predisponen) y juró como ciudadano de la "primera potencia imperialista mundial" (un agravante en el paraíso del proletariado).
Estaba a punto de la reunificación con sus seres queridos cuando Cuba lo colimó (la esperanza de la tierra prometida es un espejismo tétrico). Así, en octubre de 2007, Yamil y su yate aparecen escoltados por guardacostas en la Marina Hemingway de La Habana. Desde el inicio, alegó haber sido desviado de su destino a Cancún por las pésimas condiciones marítimas, que lo obligaron a recalar en un puerto abierto al trasiego internacional. "Los yatistas sólo requieren tener el pasaporte actualizado y los documentos de la embarcación para su acceso por el puerto a nuestro país", promociona un brochure comercial de la propia Marina. De manera que Yamil confió en su pasaporte Made In Washington como testimonio de la verdad: los traficantes no viajan solos sin fines de lucro, a bandera izada y con las luces prendidas, menos aún identificados en yates recreacionales a título personal.
Enseguida estuvo más de un mes en el cuartel general de Villa Marista. Silencio, sutiles insinuaciones de reclutamiento, interrogatorios. También tuvieron allí a Marleny, a quien en muy pocas horas la convencen a gritos de la gravedad de la situación (se sospechaba de un contrabando migratorio masivo por Cojímar), y de que era preferible declarar en cámara que sólo era una recogida privada (con su hijo incluido, so pena de perder la "patria potestad"). Sospechando pero incrédula, coaccionada hasta por las temperaturas polares del aire acondicionado, a pesar de estar en trámites legales para salir por fin del país, pensando en proteger a su pareja de lo peor, ella confesó al dedillo el delito que le dictaron: una culpa incriminatoria que todavía pesa sobre su amor.
Ese documento bastó en el juicio como evidencia. Segundas declaraciones de Marleny no constaron como de fuerza legal, entre otros entresijos abogadiles que pueden consultarse en el blog Injusticia Notoria. Hasta el Tribunal Supremo de Cuba en un inicio dictaminó retrotraer el proceso penal por "quebrantamiento de forma", pero el resultado fue una curiosa clonación de la misma sentencia. Las palabras persisten (moraleja macabra para Marleny).
Mientras tanto, Yamil habita en el Combinado del Este, tan inmediato y tan inaccesible para Marleny, a quien conoce desde niño, en tanto vecinos de una calle quieta de Miramar. Con su puño y letra, él reafirma una inocencia contra todo consenso o colusión. Asegura que "no me interesa la política, soy amante de la libertad, del respeto a esta y al resto de los derechos del hombre", pero lo cierto es que su retórica se va radicalizando en las cartas y el blog, al punto de lanzar ahora la máxima violencia contra su cuerpo: dejarse morir, porque ya está cansado de que todo sea "silencio" y "fraude", más alguna golpiza y celdas de castigo como aderezo ante su postura de plante.
Es la tercera vez que Yamil Domínguez Ramos intenta esta suerte de insubordinación solipsista, que apuesta más por una solución que por el suicidio, aunque la postura gubernamental sea la de no sostener diálogos bajo presión, pues la negociación política es entendida entonces como una peligrosa cobardía o claudicación.
En las otras dos huelgas, Yamil decidió transar a tiempo ante las expectativas de respuesta a su caso. Ahora, sin embargo, le exige a su familia que no se deje manipular con un chantaje emotivo. "La pasión y la ternura resumidas en el amor son magias capaces de construir templos desde las ruinas", pero a la tercera va la vencida: "Defiendo el primer deber que tengo como hombre, que es exigir mi derecho y el de ustedes". "Yo mismo no pensé que pudiera resistir tanto tiempo, y lo increíble es que mientras más tiempo pasa, más me preparo para continuar. No hay marcha atrás: sólo la libertad podrá detenerme, o mi muerte".
(El artículo íntegro en
Diario de Cuba)