Friday, August 14, 2009

Saliendo de Cuba

Mi partida de Cuba
Por Margarita Noguera, 13 de agosto de 2009


Estoy en el aeropuerto de Rancho Boyeros en La Habana. Mis hijos no saben nada; a los siete u ocho años tu no le cuentas el enredo político, no lo entenderían y podrían ser inocentemente indiscretos.

El 30 de agosto de 1961 amaneció frío. Vaya, ¡lo frío que puede ser un día en el trópico!, pero para nosotros que tenemos un termostato interior diferente, así nos pareció aquella madrugada. Montones de personas llegaban con sus bultos de 66 libras cada uno, con chicos que lloraban y ancianos invadidos de tristeza.

Estábamos separados de nuestra familia por un compartimiento; nos veíamos a través de una pared de cristal. Aquél día había dos viajes por la Panamericana, el nuestro era el de las 11:00 de la mañana. Ya estaban anunciando por orden alfabético a las personas que viajaban.

La mayoría de los que salían de Cuba dejaban allí todas sus posesiones: propiedades, cuentas de banco y otras pertenencias. Yo, siendo empleada del gobierno, salía con un permiso especial. Iba supuestamente a Puerto Rico a visitar a una tía enferma y tenía el telegrama de una amiga que convenció a las autoridades de mi necesidad de salir.

Si no regresabas, se incautaban de tus posesiones por pocas que fueran. Algunos, antes de partir trataban de vender clandestinamente sus posesiones valiosas: alhajas, cubiertos de plata, colección de vajillas… Los muebles no podían sacarse a casa de otro familiar o venderlos, sin ser detenidos y cuestionados.

El dinero en efectivo ya no importaba tanto, pues en 1960 se habían congelado las cuentas bancarias de los más ricos hasta los más pobres. Yo tenía dos mil pesos. Algunos ponían dinero debajo de la plantilla de los zapatos el día de su salida; alguien que puso joyas valiosísimas dentro de la muñeca de trapo con que jugaba su hija en el aeropuerto.

Me tocó el turno. Del Departamento de Aduanas me llamó una miliciana que tenía en mano nuestros documentos. Abrió nuestros bultos, revisó la ropa que llevábamos, les quitó a mis hijos sus cadenas de oro.

¿Para irse por unos días a ver una tía enferma, no cree usted que lleva mucho equipaje?

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